Wong Kar-wai
- amlkr

- Oct 22
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El Cine Como Lenguaje Sensorial

El origen geográfico de una visión
Wong Kar-wai traza una línea directa entre su desarraigo infantil y su lenguaje cinematográfico. Nacido en Shanghái, trasladado a Hong Kong a los cinco años, creció suspendido entre dos mundos incomunicables. Su madre, anclada en el shanghainés, habitaba la misma casa pero un universo lingüístico diferente al del Hong Kong cantonés que rodeaba al pequeño Wong. Entre madre e hijo se abría un abismo de palabras imposibles, un silencio que no era vacío sino espera.
"No podía hacer amigos. Y mi madre, que se encontraba en la misma situación, me llevaba al cine con frecuencia, porque era algo que no podíamos hacer en ningún otro lugar", recuerda. En esa sala oscura, madre e hijo encontraron por fin un territorio común, un espacio donde las palabras no eran necesarias porque las imágenes hablaban por ellos. El cine se convirtió en su lengua materna compartida, el único dialecto que ambos podían comprender sin traducción. "Era un lenguaje universal basado en las imágenes", confiesa sobre este descubrimiento fundacional.
Así, el futuro cineasta descubrió el mundo no a través del lenguaje hablado sino de las películas, y más tarde, de la televisión. "Veinte años antes, quizás habría elegido las canciones para expresarme; cincuenta años antes, habrían sido los libros. Pero crecí con imágenes y parecía algo natural que fuera a estudiar artes plásticas".
Esta condición de extranjero en su propia tierra - doblemente exiliado, del lugar y del lenguaje - lo llevó primero al diseño gráfico (no había escuela de cine en Hong Kong entonces) y después a la televisión. Durante diez años escribió guiones antes de dirigir. Deseando amor (In the Mood for Love), su décima película, nace de esta tensión entre considerarse "un miembro del público que ha pasado detrás de una cámara" y la necesidad de reproducir "las primeras impresiones que tuve como aficionado al cine": aquellas tardes en el cine con su madre, cuando las imágenes eran el único puente posible entre dos soledades que se acompañaban.
El lugar antes que el argumento
"Yo escribo mis guiones", aclara Wong, pero su proceso es radicalmente distinto al convencional. "Escribo como director, no como guionista; de manera que escribo con imágenes". Para él, lo fundamental no es saber qué hacen los personajes sino dónde están, en qué espacio se desarrollará la historia.
El lugar dicta el resto: "Todo lo demás va surgiendo poco a poco si ya tienes un lugar en mente. Así que tengo que localizar exteriores antes de empezar siquiera a escribir". Su proceso es una búsqueda constante: "Igualmente, siempre empiezo con muchas ideas, pero nunca está claro el argumento en sí. Sé lo que no quiero, pero no sé qué quiero exactamente".
Esta metodología convierte cada película en un descubrimiento progresivo. Las respuestas pueden aparecer "en el plató, a veces durante el montaje, a veces tres meses después del primer pase".
El género como máscara
Lo único claro cuando Wong comienza una película es el género en el que quiere situarla. Creció con westerns, historias de fantasmas, películas de espadachines, y cada una de sus obras habita un género distinto como parte de su originalidad.
Deseando amor ejemplifica esta estrategia: "es la historia de dos personas y es fácil que resulte aburrida. Sin embargo, en lugar de tratarla como una película de amor, decidí enfocarla como un thriller, como una película de suspense". Las víctimas se convierten en investigadores de su propio dolor, estructurada "con escenas muy cortas y un intento de crear tensión constante". El resultado sorprendió al público que esperaba "una historia de amor clásica".
La música como color cinematográfico
Para Wong, la música trasciende el acompañamiento: "La música es como un color, es como un filtro que tiñe todo de un tono diferente". Su preferencia por música de época en filmes contemporáneos responde a esta visión: la música desplaza temporalmente la imagen, crea una distancia ambigua, "un poco más complejo".
La comunicación con su equipo también pasa por lo musical: "Cuando intento explicar al operador de cámara la velocidad que quiero para un determinado movimiento, una pieza musical la suele comunicar mejor que mil palabras".
El lenguaje propio de la cámara
Wong rechaza la obsesión técnica. La cámara es simplemente "un instrumento que se utiliza para traducir lo que están viendo los ojos". Su método es intuitivo y espacial: primero el encuadre, luego la posición de los actores. Con su director de fotografía ha desarrollado un lenguaje casi telepático: "Le doy el ángulo, lo encuadra y, el noventa por ciento de las veces, me doy por satisfecho".
Sus decisiones son instintivas: "Suelo tener una sensación muy fuerte de lo que está bien y de lo que no". La cinematografía, argumenta, "es algo difícil de analizar verbalmente. Es muy parecido a la comida: cuando tienes un sabor persistente en la boca, no puedes explicarlo o describirlo correctamente a otra persona".
La sinceridad como método
La última lección de Wong es quizás la más importante: "Para ser director tienes que ser sincero; no con los demás, sino contigo mismo. Tienes que saber por qué estás haciendo una película; tienes que saber cuándo estás cometiendo un error y no echar la culpa a los demás".

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